ElPasadoACambioDeUnSueño.
El fuego se había apagado,
en su lugar, restos del papel
que soportó mis escritos.
El aire alzaba espirales de ceniza
que contaminaba aun la memoria
dibujando remolinos de mi ayer…
La mesa soportaba el recuerdo de la fiesta,
miles de botellas rodando por el suelo
justificaban ese dolor de cabeza.
Una tortilla empezada, restos de croquetas,
ensaladilla rusa pobremente decorada
aun sin empezar con ese olor
característico de mahonesa de tres días.
Sobre la banqueta se encontraba su chaqueta
y un poco más allá la falda a juego
y le seguía un rastro de prendas
que mi hizo verla durmiendo.
¿Y quién era?
No recordaba su cabellera, negra y lisa
que le cubría su larga espalda,
a media cintura una sábana
que me impedía observarla
cómo me hubiera gustado.
Al verla me di cuenta de sus pies
que se mantenían al descubierto.
Un pequeño tatuaje de una araña
sobre el tobillo interior izquierdo
que parecía estar tejiendo
su coto de caza.
Ya recuerdo que me hizo prender el fuego
con los manuscritos de mis cajones.
En medio de mi solitaria noche;
esa que no tenía ni que cenar,
desesperado por las deudas
que me mantienen siempre en un desvelo,
El fuego se había apagado,
en su lugar, restos del papel
que soportó mis escritos.
El aire alzaba espirales de ceniza
que contaminaba aun la memoria
dibujando remolinos de mi ayer…
La mesa soportaba el recuerdo de la fiesta,
miles de botellas rodando por el suelo
justificaban ese dolor de cabeza.
Una tortilla empezada, restos de croquetas,
ensaladilla rusa pobremente decorada
aun sin empezar con ese olor
característico de mahonesa de tres días.
Sobre la banqueta se encontraba su chaqueta
y un poco más allá la falda a juego
y le seguía un rastro de prendas
que mi hizo verla durmiendo.
¿Y quién era?
No recordaba su cabellera, negra y lisa
que le cubría su larga espalda,
a media cintura una sábana
que me impedía observarla
cómo me hubiera gustado.
Al verla me di cuenta de sus pies
que se mantenían al descubierto.
Un pequeño tatuaje de una araña
sobre el tobillo interior izquierdo
que parecía estar tejiendo
su coto de caza.
Ya recuerdo que me hizo prender el fuego
con los manuscritos de mis cajones.
En medio de mi solitaria noche;
esa que no tenía ni que cenar,
desesperado por las deudas
que me mantienen siempre en un desvelo,
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